No hace mucho la Religión era algo más que una asignatura maría. Yo mismo llegaba a sacar ‘dieces’ como soles en Religión. Daba igual lo que hicieras. Te pasabas la hora entera dibujando pasos de Semana Santa, hablando de cosas triviales con el profesor (que era uno de los curas del pueblo), charlando con tu compañero o, simplemente, pensando en otra cosa. Luego, llegaba el examen, el cura te decía las preguntas que iba a poner y lo que tú tenías que contestar, como si fueras un robot te las aprendías de memoria y luego, para hacer sitio a otros conocimientos, olvidabas lo que habías escrito conforme salías de la puerta.
Imagino a una gran mayoría bastante atónitos ante la última barbaridad que ha parido el Consejo de Ministros de nuestro absolutamente votado Gobierno de España: que la asignatura de Religión compute en la nota media de un alumno, según consta en la penúltima reforma de la Ley de la Educación. Es decir. A su hijo se le dan mal las matemáticas. Pues bien. No pasa nada. Si aprueba raspadillo o suspende, siempre podrá sacar un diez en Religión y, al final, la nota media será un aprobado incluso alto. No importa que su hijo no sepa sumar. Siempre que sepa rezar le irá bien en la vida.
Y lo peor de todo es que nos han vendido este gol por toda la escuadra de la Conferencia Episcopal a la ciudadanía asegurando que algo había que hacer, que teníamos que mejorar nuestras notas con respecto a Europa, que si la educación en España es bastante deficiente y que la reforma se hace para mejorar la “empleabilidad” (esta palabra pronunciada por el ministro más impopular del país no existe) de nuestros hijos. ¡ B R A V O !
No hay comentarios:
Publicar un comentario